Hoy he leído el libro del profeta Amós, uno de los profetas de Israel en tiempo del Antiguo Testamento. Me ha impresionado cómo se define Amós a sí mismo: Yo no soy profeta, ni pretendo serlo. Me gano la vida cuidando ovejas y recogiendo higos silvestres, pero el Señor me quitó de andar cuidando ovejas, y me dijo: "Ve y habla en mi nombre a mi pueblo Israel."
El protestantismo, la tradición religiosa a la que pertenezco, hizo una revolución en el siglo XVI para liberar el cristianismo de las tradiciones y legalismo de una iglesia que había perdido la simpleza y pureza del mensaje de Jesús. La reforma proclamó que cualquier persona podía y debía tener acceso a la Palabra de Dios e interpretarla. Afirmó que todo creyente es un sacerdote de Dios y recobró el privilegio de ser templos vivos del Espíritu de Dios.
Hoy me cuesta reconocer en mi tradición esa libertad que Jesús quiso traer a la relación del hombre con Dios. Nos hemos vuelto templocéntricos, ya que lo verdaderamente importante en la dimensión espiritual es lo que sucede en ese local que usamos para reunirnos. El precio que hemos pagado ha sido perder la santidad de la vida cotidiana.
Nos hemos vuelto domingocéntricos. Consecuencia normal de lo anterior. Si lo importante es lo que pasa en el local -me niego a llamarlo templo- lo importante es lo que pasa el domingo. Nuestra espiritualidad se vuelve esquizofrénica pues no vemos una conexión entre Dios y la vida cotidiana.
Nos hemos vuelto pastorcéntricos. Creemos y afirmamos en el ministerio de cada creyente. Pero seguimos afirmando que hay personas especiales, que tienen llamamientos más sublimes y que son aquellos los que verdaderamente pueden intermediar en las cosas sagradas, de las cuales la mayoría de los mortales están excluidos. Y, naturalmente, lo hacen en el local y el domingo.
¡Qué interesante! A lo largo de la Biblia Dios siempre usa gente vulgar, sencilla, normal, para llevar a cabo sus propósitos. Seguramente, ninguna iglesia contemporánea querría a Amós como pastor. Pobre, no tiene ninguna educación teológica.
El protestantismo, la tradición religiosa a la que pertenezco, hizo una revolución en el siglo XVI para liberar el cristianismo de las tradiciones y legalismo de una iglesia que había perdido la simpleza y pureza del mensaje de Jesús. La reforma proclamó que cualquier persona podía y debía tener acceso a la Palabra de Dios e interpretarla. Afirmó que todo creyente es un sacerdote de Dios y recobró el privilegio de ser templos vivos del Espíritu de Dios.
Hoy me cuesta reconocer en mi tradición esa libertad que Jesús quiso traer a la relación del hombre con Dios. Nos hemos vuelto templocéntricos, ya que lo verdaderamente importante en la dimensión espiritual es lo que sucede en ese local que usamos para reunirnos. El precio que hemos pagado ha sido perder la santidad de la vida cotidiana.
Nos hemos vuelto domingocéntricos. Consecuencia normal de lo anterior. Si lo importante es lo que pasa en el local -me niego a llamarlo templo- lo importante es lo que pasa el domingo. Nuestra espiritualidad se vuelve esquizofrénica pues no vemos una conexión entre Dios y la vida cotidiana.
Nos hemos vuelto pastorcéntricos. Creemos y afirmamos en el ministerio de cada creyente. Pero seguimos afirmando que hay personas especiales, que tienen llamamientos más sublimes y que son aquellos los que verdaderamente pueden intermediar en las cosas sagradas, de las cuales la mayoría de los mortales están excluidos. Y, naturalmente, lo hacen en el local y el domingo.
¡Qué interesante! A lo largo de la Biblia Dios siempre usa gente vulgar, sencilla, normal, para llevar a cabo sus propósitos. Seguramente, ninguna iglesia contemporánea querría a Amós como pastor. Pobre, no tiene ninguna educación teológica.
Comentarios
Gracias Félix.