ESPECULADORES



LA ESPECULACIÓN

Los especuladores tienen mala fama y con razón. Sacan beneficio sin ningún o con el mínimo esfuerzo. La sociedad postmoderna se caracteriza por un tinte especulativo que alcanza todas las dimensiones, incluso nuestra relación con Dios.

Para escribir este artículo me inspiré en una crónica escrita por José Antonio Marina, uno de los filósofos españoles contemporáneos, autor entre otros libros, de Por qué soy cristiano, publicado por Editorial Anagrama y que es una réplica al famoso libro de Bertrand Russell, Por qué no soy cristiano.

Afirma Marina que las relaciones interpersonales se están rigiendo cada vez más por la lógica de la especulación, es decir, grandes ganancias con bajo riesgo y a corto plazo. Pensando, pensando, me di cuenta que esto mismo sucede en una de las relaciones más significativas que cualquier ser humano puede tener, la relación con Dios.

LOS ESPECULADORES

Todos los países del mundo occidental, sin excepción, están sumidos en una grave crisis financiera. Hay algunos de ellos como Islandia, Grecia o Irlanda que están al punto de la bancarrota y únicamente han podido salvarse debido a grandes inyecciones de dinero procedentes de la comunidad internacional.

La crisis, que comenzó en los Estados Unidos con la especulación en torno a las hipotecas de alto riesgo, se extendió por todo el mundo como un incendio en un bosque seco, produciendo una cascada de quiebras en entidades financieras incluyendo entre ellas algunas de las más prestigiosas del mundo.

Sin embargo, en lo que todos los expertos están de acuerdo es que el origen de todo este caos que ha provocado, entre muchas otras consecuencias, el que millones de personas pierdan sus trabajos, sus ahorros y sus planes futuros de pensiones, ha sido la especulación.

El especulador se caracteriza por el deseo de conseguir grandes rendimientos con inversiones a corto plazo. Va moviendo sus capitales de un lugar a otro en busca siempre del interés más alto, con la mínima inversión y en el menor tiempo posible. Nada de inversiones productivas a largo plazo. Nada de inmovilizar capitales que exijan años para dar dividendos y beneficios. Si no hay un retorno rápido y amplio se mueve el capital hacia otro producto que lo de o al menos lo prometa.

El gran problema que esto crea es que las inversiones no especulativas, es decir, las productivas, se ven desprovistas de los recursos necesarios para seguir funcionando, no hay créditos, no hay inversiones y, por tanto, la economía productiva se hunde por falta de financiación. Esos recursos tan necesarios han sido desviados hacia la economía especulativa que se vuelve cada vez más peligrosa y arriesgada ante el deseo de conseguir los mejores beneficios al plazo lo más corto posible. Todos los economistas coinciden en afirmar que una economía basada en la especulación fracasa de forma inevitable. Lo estamos viviendo en nuestras propias carnes.

LA ESPECULACIÓN ESPIRITUAL

Viajando por los diferentes países de habla española he podido comprobar que existe un creciente número de especuladores espirituales. Personas que se han contagiado de este principio tan postmoderno de conseguir grandes resultados con pocos esfuerzos.

He notado la existencia de muchos creyentes que desean todo aquello que el Señor promete y requiere, a saber, la santidad, la madurez espiritual, el carácter de Cristo, el fruto, dones y presencia del Espíritu en sus vidas, el liderazgo y la influencia y un etcétera tan largo como el lector lo desee.

Ahora bien, estos creyentes lo desean de forma inmediata y súbita. Lo desean pero sin estar dispuestos a hacer la inversión a largo plazo que todo ello requiere. Déjame poner un ejemplo. Asistimos a un concierto sinfónico donde se interpreta el concierto número uno para piano y orquesta de Tchaikovsky, una obra maestra para dicho instrumento. Observamos cómo el pianista tiene la capacidad de extraer de ese instrumento de cuerda sonidos tan dulces, hermosos e intensos que pueden llegar a emocionarnos. Cualquier amante de la música quisiera ser como ese gran pianista, tener esa increíble capacidad.

Pero estamos observando un producto final, resultado de horas y horas de incansable práctica delante del teclado. Estamos contemplando el fruto de interminables y, en ocasiones aburridas, horas de práctica del solfeo y de repetir una y otra vez, de forma incansable, escala tras escala. Dicho en otras palabras, estamos contemplando los dividendos dados por una inversión a largo plazo.

Cualquier amante de la música quisiera ser un gran pianista y ha sentido en alguna ocasión ese deseo, especialmente después de una gran función musical. Sin embargo, no todo amante de la música está dispuesto a pagar el precio necesario para conseguirlo. Con una buena mentalidad de especulador, se desea el resultado final, de forma rápida y sencilla, sin esfuerzo a ser posible. Pero esa misma mentalidad de especulador hace que se horrorice ante la eventualidad de tener que pasar horas y horas de tedioso y largo entrenamiento antes de poder disfrutar de los resultados del trabajo.

Los especuladores espirituales desean la madurez, sin embargo, no están dispuestos a pagar el precio necesario para obtenerla, porque la madurez no es otra cosa sino la transformación y la formación del carácter de Jesús en nuestras vidas, fruto de años de caminar con Él, de seguirle, de responder a sus exigencias, deseos, prioridades, en fin, a su proyecto de vida. La madurez no es un evento, es un proceso, no es un final, es un viaje.

El apóstol Pablo lo resumía con estas palabras: No quiero decir que ya lo haya conseguido todo, ni que ya sea perfecto; pero sigo adelante con la esperanza de alcanzarlo, puesto que Cristo Jesús me alcanzó primero. Hermanos, no creo haberlo alcanzado aún; lo que si hago es olvidarme de lo que queda atrás y esforzarme por alcanzar lo que está delante, para llegar a la meta y ganar el premio que Dios nos llama a recibir por medio de Cristo Jesús. (Filipenses 3)

Escribiendo a la comunidad cristiana que se reunía en Corinto, Pablo les dice al respecto: Sabéis que en una carrera todos corren, pero solamente uno recibe el premio. Pues bien, corred de tal modo que recibáis el premio. Los que se entrenan para competir en un deporte, evitan todo lo que pueda hacerles daño. Y lo hacen para alcanzar como premio una corona de hojas de laurel, que en seguida se marchita. Nosotros, en cambio, luchamos por recibir un premio que no se marchita. En cuanto a mí, no corro a ciegas, ni peleo como si estuviera dando golpes al aire. Al contrario, disciplino mi cuerpo y lo obligo a obedecerme, para no quedar yo mismo descalificado después de haber enseñado a otros (1 Corintios 9)

El especulador quiere la corona sin la cruz. El especulador quiere resultados y los desea rápidos. Si estos no se producen, moverá su capital espiritual a aquellas experiencias, situaciones y eventos que le prometan esos resultados inmediatos que está buscando.

Y el mundo evangélico ha desarrollado una gran gama de productos que están diseñados para atraer a los especuladores espirituales. Hay toda una panoplia de experiencias, seminarios, eventos, reuniones, congresos, capacitaciones y un largo etcétera, que prometen santidad, unción, frutos, resultados, crecimiento, multiplicación y todo eso, con poco esfuerzo y de forma sobrenatural e inmediata.

¡Fabuloso! Porque de ese modo no tenemos que trabajar a largo plazo. No hay que tomar la cruz cada día y seguir al maestro. No hay que ir dejando atrás al hombre viejo con sus deseos, taras e inconsistencia. No hay que aprender a obedecer en la escuela del sufrimiento como hizo Jesús. Todo se puede resolver de forma inmediata asistiendo al evento adecuado ¡Viva la especulación!

Desde hace años trabajo en capacitar líderes en la pastoral juvenil. Nuestro proyecto de pastoral, denominado Raíces, enseña que para desarrollar un trabajo juvenil basado en principios, procesos y siguiendo el modelo de Jesús, se precisan, como mínimo, entre dos y tres años ¿Cómo vamos a competir con el ministerio de unción, fuego y poder, que te ofrece muchos más resultados, con menos esfuerzos y de forma más rápida? No hay competencia posible.

¿QUÉ TIPO SOMOS NOSOTROS?

Llegamos al final de este artículo y hemos de plantearnos qué tipo de individuos somos nosotros. ¿Somos inversores espirituales, es decir, aquellos que trabajan a largo plazo, sabiendo que no existe ningún rédito o resultado que sea permanente y dure a menos que se trabaje de forma dura, consistente, continuada y coherente?.

O, por el contrario, ¿somos especuladores espirituales, moviéndonos en busca de altos rendimientos de forma rápida, sin esfuerzo y siempre dispuestos a mover nuestro capital espiritual hacia la mejor oferta?

Decía al principio de este artículo que los economistas afirman que las economías basadas en la especulación son frágiles y a la largo insostenibles. Creo que es cierto también de los proyectos espirituales basados en la especulación. No duran, son inconsistentes, inmaduros y, más tarde o más temprano, fracasan y se hunden creando una gran crisis.

Te dejo con las palabras de Pablo a su fiel Timoteo: Tú, pues, hijo mío, esfuérzate en la gracia que es en Cristo Jesús. (el énfasis es mío)

Comentarios

Amado Diego ha dicho que…
Muy bueno y muy cierto!!
A mi pensar, esto sucede porque hoy en las congregaciones, aun lo sagrado se ha mesclado con las cosas del mundo, las cosas de Dios se han contaminado con doctrinas humanas, Marketing, Protocolo, positivismo, métodos humanos, costumbres y religiosidad.
Y se busca atraer a las personas con anzuelos humanos, prometiendo estos beneficios a corto plazo.
Se les ha enseñado a muchas personas a buscar las manos de Dios y no su rostro.
Lo mejor de Dios para Ustedes.
Diego Amado.
Los invito a pasar por:
www.amadodiego.blogspot.com