UN ESTILO DE VIDA MISIONAL
Todo ser humano, y por ende, todo
joven, necesita para vivir tener resueltas dos preguntas claves, quién soy y
cuál es mi misión, propósito o destino. El seguimiento de Jesús nos provee de
ambas cosas.
UNA NECESIDAD BÁSICA DE TODO SER
HUMANO
En
1897 el pintor impresionista francés Paul Gauguin pintó uno de sus cuadros más
famosos. En la parte inferior derecha del mismo se hacia tres preguntas de alto
contenido existencial ¿De dónde venimos?,
¿Quiénes somos? ¿Adónde vamos? Sus preguntas siguen siendo plenamente
actuales pues reflejan la búsqueda y la necesidad de identidad, sentido,
propósito o destino por parte de cualquier ser humano.
A
parte de la dimensión biológica de la vida, toda persona tiene una dimensión
trascendente de la cual no puede huir y que forma parte del diseño con el cual
hemos sido creados. El escritor de Eclesiastés afirmaba que Dios ha puesto eternidad en el corazón del
ser humano (3:11)
Tampoco
los seguidores de Jesús podemos vivir sin identidad y propósito y, amenos que
identifiquemos los auténticos para los cuales hemos sido diseñados, viviremos
identidades y misiones postizas, prestadas, sugeridas por la cultura religiosa
o el entorno social.
PARA ESO VINO JESÚS
Pablo
escribiendo a los Corintios en su segunda carta afirma, Cristo, en efecto, murió por
todos, para que quienes viven, ya no vivan más para sí mismos, sino para aquel
que murió y resucitó por ellos. (5:14-19) Esto nos
lleva a la necesidad de pensar y reflexionar el porqué de la venida, muerte y
resurrección de Jesús.
Cuando miramos
detenidamente a nuestro alrededor hay dos cosas que son impresionantemente
evidentes. La primera es que nosotros no somos el tipo de ser humano que Dios
pensó y diseñó sino, más bien, el resultado del pecado, es decir, nuestra
rebelión contra el Señor y su soberanía y autoridad. La experiencia humana es
compleja, complicada, difícil, en ocasiones, angustiosa y fragmentada.
Con nadie es más
difícil la convivencia que con uno mismo. Vivimos una esquizofrenia espiritual
y moral con una increíble capacidad para distinguir lo correcto y, a menudo,
una impotencia o una falta de voluntad de practicarlo y vivirlo. No es
casualidad que el apóstol exclamara ¡Miserable
de mí, quién me librará de este cuerpo de muerte!
La complicación de la
experiencia humana se hace aún más patente cuando la trasladamos al ámbito de
las relaciones interpersonales. Desde las más cercanas, familia, amigos,
hermanos de la iglesia, hasta las más lejanas y esporádicas, las relaciones son
complicadas y difíciles, causamos y nos causan daño y, a menudo, son origen de
una gran frustración. Nosotros, admitámoslo, somos un proyecto fracasado de
humanidad. Somos un proyecto inviable, que no pudo ser, que no pudo llevarse a
cabo, somos el resultado del pecado.
La segunda cosa
evidente, es que este mundo tampoco es el que Dios creó y pensó, es también el
resultado del pecado. Cuando el Señor acabó todo el proceso creativo afirmo que
todo era muy bueno. Sin embargo,
cuando miramos a nuestro alrededor vemos, dolor, sufrimiento, muerte,
enfermedad, abusos, violencia, explotación, pobreza, hambre, discriminación,
especulación, y podríamos continuar con una lista interminable. Este mundo
alrededor nuestro es, igual que nuestra humanidad, un proyecto fracasado, un
proyecto inviable a causa del pecado que ha convertido el mundo bueno creado
por Dios en el imperio de la muerte, la corrupción y la destrucción.
El fracaso del mundo y
de la humanidad pensadas por Dios a causa de nuestra rebelión hace necesaria la
irrupción del propio Señor, a través de Jesús, para deshacer todas las obras del maligno, tal y como afirma el apóstol
Juan (1 Juan 3:8) Para eso vino Jesús, para hacer viable aquello que el pecado
hizo inviable, una nueva humanidad y una nueva creación.
Hablemos primero de la
nueva humanidad. En Romanos 5 Jesús es descrito como el nuevo Adán. Se nos
habla de Él como el primero, el prototipo de una nueva creación. Jesús es el
hombre nuevo. Jesús es aquello que nosotros podríamos haber sido si el pecado
no lo hubiera abortado. Al mismo tiempo Jesús es todo lo que podremos llegar a
ser gracias a su trabajo en nuestras vidas (1 Juan 3:1-3) Por tanto, cuanto más
sigo a Jesús, más me parezco a Él y cuanto más semejante soy al Maestro más
auténtica y genuinamente humano soy. Imitar a Jesús es volverme humano.
Hablemos en segundo
lugar de la nueva creación. Jesús comenzó su ministerio afirmando que el reino de Dios se había acercado. Cuando
nos instruyó acerca de cómo orar nos dijo que pidiéramos que su reino viniera y
nos clarificó que esto se produce cuando la voluntad del Señor es hecha en la
tierra del mismo modo que lo es en los cielos. Toda la lista de calamidades
antes mencionadas que caracterizan
y describen nuestro mundo no forman parte, en absoluto, del diseño de Dios. Entiendo
pues, que la llegada del Reino es trabajar para que este mundo sea más como
Dios lo pensó y el pecado abortó e hizo inviable.
EL SEGUIMIENTO DE JESÚS PROVEE IDENTIDAD
La gran invitación de
Jesús en los evangelios es ¡Sígueme! Y,
precisamente, el seguimiento del Maestro nos provee de esas dos necesidades básicas,
la identidad y el propósito, sentido o destino.
Hablemos primero de
identidad. Jesús me invita a seguirlo para desarrollar en mi el hombre nuevo.
Como ya he mencionado anteriormente Él mismo es el modelo de lo que hemos y
vamos a llegar a ser. El Nuevo Testamente repite, una y otra vez, ese propósito
(Gálatas 4:19; Efesios 4:11-13; Romanos 8:28-30; Colosenses 1:28-29)
Fui creado y diseñado
para ser como Jesús fue pero el pecado lo imposibilitó. El Maestro con su
muerte y resurrección ha dado comienzo a una nueva humanidad de la cual es el
hermano mayor y, por medio de su Espíritu, y en un proceso que durará toda la
vida nos va haciendo semejantes a Él, lo cual significa volvernos más humanos,
más genuina y auténticamente humanos.
Desde esta perspectiva
los evangelios se convierten en un manual de humanidad porque me describen a
Jesús, el auténtico ser humano, y me invitan a su imitación en mi vida, cosa
que también, como sabemos hace el mismo apóstol Pablo dirigiéndose a los
Corintios (1 Corintios 11:1)
La pregunta de quién
soy queda respondida, soy un hombre nuevo, hecho a la imagen de Jesús, en
proceso de formación y restauración y, por tanto, no tengo la necesidad de
tomar identidades prestadas ni del contexto social ni religioso que me rodea.
EL SEGUIMIENTO DE JESÚS PROVEE MISIÓN, SENTIDO, PROPÓSITO
El propósito de la
venida de Jesús fue restaurar todas las cosas al estado previo a nuestra rebelión
contra Dios. Jesús es el gran restaurador y nos invita, cuando le seguimos, a
unirnos en esa tarea colaborando con Él como agentes de restauración de este
mundo y esta humanidad rotas.
Somos invitados a
construir el Reino desde una perspectiva amplia. Entendiendo, como ya fue dicho
y afirmó el propio Maestro, que esto significa que la voluntad de Dios sea
hecha en nuestro mundo, hoy, aquí, en nuestra realidad. Entendiendo también que
eso pasa por luchar por una nueva humanidad y contra todo aquello que vivimos y
experimentamos y no forma parte de lo que el Señor tenía en mente para este
mundo.
Lo hacemos de dos
maneras, la proclamación del Reino –verbalizar el mensaje del evangelio- y a la
vez e inseparablemente la demostración del Reino –las obras de amor y
misericordia en un mundo roto, nuestra involucración en las necesidades,
dolores y sufrimientos de un mundo al cual el pecado ha llevado a un extremo de
corrupción y degradación.
VIVIENDO MISIONALMENTE
Podemos vivir 24/7 de
forma misional entendiendo quiénes somos –hombres nuevos, agentes de restauración
en proceso nosotros mismos de ser restaurados- y cuál es nuestra misión –colaborar
con Jesús en la construcción de un mundo nuevo y una nueva humanidad.
Y ambas cosas las
llevamos a cabo en el contexto de la vida cotidiana. Es precisamente en
nuestras oficinas, escuelas, hogares, universidades, talleres, fábricas,
comercios, vecindarios, hospitales, etc., donde vivimos de tal manera que
restauramos a otros por medio de la proclamación y la demostración del Reino.
Proclamar y demostrar
el Reino deja de ser una actividad que se incluye en nuestros horarios para
pasar a ser un estilo de vida que fluye en la cotidianeidad. Deja de ser lo que
hago para convertirse en lo que soy.
Imaginemos por un
momento millones de seguidores de Jesús levantándose cada mañana con un claro
sentido de identidad y propósito, yendo a los lugares habituales donde
desarrollan su actividad para proclamar y demostrar el Reino ¿Cómo cambiarían nuestros
países?
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