No existe
una espiritualidad sin comunidad, ahora bien, los líderes debemos tener
discernimiento para entender y liderar las tres dimensiones de la iglesia
local: honrar el pasado, administrar el presente y preparar el futuro.
Una
ilustración nacida de la experiencia familiar.
Durante unos años en mi casa convivimos tres
generaciones, mi suegra, mis esposa y yo y mis hijos. Una representaba el
pasado, nosotros el presente y nuestros hijos, sin lugar a dudas, el futuro.
Convivir tres generaciones nos enseñó acerca del delicado equilibrio que se ha
de mantener entre la realidad y las necesidades de cada generación para que
todas sean satisfechas y no se produzcan situaciones de tensión innecesarias.
El reto más grande era para Sara, mi esposa, y para
mí ya que debíamos honrar a nuestra madre, mientras vivíamos nuestra propia
vida y preparábamos las condiciones que hicieran posible el futuro de nuestros
hijos. Ese equilibrio no era nada fácil porque no podíamos desentendernos de
nuestra madre, pero tampoco podíamos vivir en función de ella. Tampoco podíamos
estar enfocados únicamente en nuestros hijos perdiendo de vista las necesidades
de la generación anciana y, todo eso, mientras tratábamos de responder a
nuestras propias necesidades y las exigencias que la vida cotidiana nos
planteaba como matrimonio. Tuvimos que aprender a navegar en una realidad
tridimensional, a aprender los retos y necesidades de cada dimensión y tratar
de responder a cada una en su justa medida sin desatender las otras.
Esto nos enseñó que esta misma realidad se da en la
iglesia local y es un reto que tenemos que entender y enfrentar todos aquellos
que tenemos una posición de liderazgo en la misma. Tenemos que lidiar con un
pasado, un presente y preparar un futuro. Fallar en cualquiera de estas tres
dimensiones puede llevarnos a serios peligros que trataré de presentar en este
artículo. Mi propuesta es que debemos honrar el pasado, administrar con
sabiduría el presente y preparar con valentía el futuro.
Honrar el
pasado, administrar el presente y preparar con valentía el futuro.
Honra tu pasado
No podemos vivir ignorando y no honrando nuestro
pasado. Es preciso que entendamos la identidad de la cual procedemos. Aquellos,
como es mi caso, que venimos de denominaciones históricas debemos de entender
su manera de ser y cómo hemos recibido el evangelio a través de las mismas.
Hemos de saber valorar la rica tradición que ha permitido que, entre otras
cosas, nosotros hayamos podido conocer al Señor. Hubieron personas que dieron
su vida y lucharon arduamente para que la Palabra llegara hasta nosotros y
tuviéramos la oportunidad de seguir a Jesús.
Incluso si perteneces a una iglesia independiente,
sin trasfondo denominacional, debes entender que el evangelio no nació con tu
comunidad, por grande y dinámica que esta sea. Es preciso que entiendas y
valores la tradición en su sentido positivo, a saber, como aquel conjunto de
prácticas y formas de vivir que a lo largo de los siglos el cuerpo de Cristo ha
ido desarrollando y adoptando. Es una locura y una necedad tirar por la ventana
siglos de experiencia en el caminar y seguir a Jesús. Es cierto que hay una
tradición negativa, aquella que esclaviza, que confunde la cultura y las
prácticas temporales con la revelación e impide todo cambio y evolución en la
iglesia, no me refiero a esta.
Debemos tener la sabiduría para discernir cuáles son
los principios que operan detrás de los métodos que, tan a menudo, rechazamos
porque consideramos caducos. Corremos el peligro de por falta de discernimiento
descartar ambos, el método que ha podido quedar caduco, y el principio
espiritual que lo generó en su día, olvidando que, en muchos casos, el
principio simplemente necesita adaptación.
La necedad nos puede llevar a pensar que todo lo
pasado es bueno o todo lo pasado es malo. Ambos extremos son resultado, permíteme
decirlo, de la misma actitud de necedad y nos llevan a pensar en lo que Jesús
enseñó en Mateo 13:51-53 cuando habla que del mismo tesoro salen cosas viejas,
a desechar, y nuevas, a mantener, e indica que el sabio es aquel que saber
discernir entre una y otra.
Finalmente, hemos de entender que cuando hablamos
del pasado no lo estamos haciendo únicamente de ideas, formas o actividades,
hay personas involucradas y debemos, por amor, ser sensibles a las mismas y sus
sentimientos. No vivir, naturalmente, anclados en el pasado, pero tampoco
insensibles al mismo.
Administra tu presente
Tenemos un presente que debemos administrar y al cual
debemos aplicar el principio de la mayordomía para ser hallados fieles en
nuestro servicio.
La iglesia local, tal y como hoy en día es concebida
y en la mayoría de los lugares llevada a cabo, tiene todavía un amplio
“mercado” y funciona bien para un nutrido grupo de personas que crecen en ella
y llegan a conocer a Jesús por medio de la misma.
Para muchas personas la iglesia del presente les
permite desarrollar su seguimiento de Jesús, les provee un entorno de comunidad
y compañerismo y a través de la misma canalizan sus esfuerzos para ayudar a
otros a conocer a Jesús. Que la iglesia, tal y como hoy está planteada, no te
satisfaga a ti como persona no significa que sea mala ni esté mal, simplemente
significa eso, para ti y personas como tú, en tu situación, otra expresión de
iglesia es necesaria.
Por tanto, es responsabilidad de todo líder trabajar
para que su iglesia sea más eficiente y efectiva. El líder debe tener el
discernimiento para entender cómo es su comunidad y cómo puede llevarla un paso
más allá y más radical en su seguimiento del Maestro sin romperla. Un líder
debe saber colocar sobre su membresía una tensión saludable que la ayude a
crecer, a romper límites, a ir más allá. Sin embargo, una tensión excesiva que
no esté en consonancia con la realidad de esa comunidad puede llevarla a una
ruptura innecesaria, fruto del poco discernimiento de líder.
La iglesia de hoy está perfectamente diseñada para
alcanzar a un determinado tipo de gente, sin embargo, sería una locura, por una
lado, pensar que esa es la única expresión de iglesia posible, y por otro,
pensar que todas las personas van a ser alcanzadas con el mismo patrón.
Preparar el futuro
Así que un buen líder honra su pasado, administra de
la mejor forma su presente pero no pierde vista la necesidad de preparar un
futuro diferente. La iglesia en su expresión actual nació para responder a unas
necesidades y realidades. Sin embargo, nuestro mundo está en transición y
transición constante. Este modelo sirve, y lo hace bien, para algunas generaciones,
pero no para otras.
Hay una crisis de forma y función en la iglesia. La
función –ayudar a las personas a crecer y conocer a Jesús- desarrolla una forma
–la iglesia en su expresión actual-. Pero con el paso del tiempo la forma queda
obsoleta pero la función todavía necesita ser llevada a cabo y, por tanto,
exige el desarrollo de nuevas formas. El gran peligro es cuando la forma y la
función se confunden y nos sentimos ligados y obligados por la forma sin
entender que el asunto clave es la función.
Hemos de encontrar nuevas formas culturales de
expresar la iglesia que sean válidas para las nuevas generaciones. Hemos de
asegurarnos que el ADN de nuestra comunidad esté presente en esas nuevas
expresiones aunque en el exterior, puedan ser totalmente diferentes a nuestro
pasado y nuestro presente. Yo no soy como mis padres, ni mis hijos serán como
yo, sin embargo, el mismo ADN está presente en las tres generaciones pero, cada
una lo ha expresado en función de las realidades que les ha tocado vivir.
Jesús afirmó, esto
es preciso hacer, sin dejar de hacer lo otro. No se trata de dinamitar la
iglesia del presente para construir la del futuro ¡Craso error! Hay que
preparar la del futuro, porque es una cuestión de supervivencia, sin dejar de
gestionar de la mejor manera posible la del presente.
Tres
peligros: nostalgia, autosatisfacción y orgullo
El pasado a la nostalgia
Sería el peligro de mirar hacia el pasado no para
honrarlo, sino para retenerlo. La nostalgia es definida como la tristeza
originada por el recuerdo de una dicha perdida. Es la actitud que piensa que
cualquier tiempo pasado fue mejor. Es como en el libro de Hageo cuando aquellos
que habían conocido el anterior templo sentían tristeza, olvidando que lo
importante del mismo no era la forma sino la presencia del Señor en él.
Hay una falta de perspectiva y entendimiento de la
realidad que las organizaciones van y vienen, son temporales, crecen y mueren
pero el Reino continua y Dios sigue cumpliendo sus planes ¿Cuántas de las
iglesias del Nuevo Testamente están hoy en territorio musulmán? Es legítimo
mirar hacia atrás para celebrar lo que el Señor hizo, para dar gracias y
reconocer su fidelidad, pero nunca para llorar por lo que fue y ya no es.
El presente a la autosuficiencia
Es la actitud del rey Ezequías cuando satisfecho le
mostró a los enviados de Babilonia todas sus riquezas sin ser consciente de que
en unos pocos años lo despojarían de todo ello (Isaías 39:1-8)
Esta actitud se caracteriza por creer que el futuro
será una prolongación del presente y que, por tanto, todo seguirá igual y no
hay que preocuparse por nada. Los líderes que así piensan carecen de la visión
de los hijos de Isacar y su capacidad para leer los tiempos y por dónde estos
apuntan.
No tienen la sabiduría de descifrar los signos de
los tiempos y ver hacia dónde evolucionará el futuro y cómo prepararse para el
mismo. No han aprendido del pasado, de tantos lugares donde el evangelio fue
floreciente y hoy es nada. De naciones que experimentaron avivamientos
increíbles, como Gales, y hoy en día es una de las zonas más secularizadas de
toda Europa. Como los contemporáneos de Jesús que no tuvieron la capacidad de
identificar al mismísimo Mesías.
Si el presente va bien, tengo gente, hay buenas
ofrendas, nuevas personas conocen a Jesús ¿Por qué habría de preocuparme por el
futuro?
El futuro al orgullo espiritual
Este orgullo nos lleva a despreciar el pasado y el
presente por definición sin ningún criterio crítico y, del mismo modo, abrazar
todo lo nuevo por el simple hecho de que se trata de algo nuevo.
Los que caen en este error no tienen la capacidad ni
de honrar el pasado ni de comprometerse con el presente y desarrollan, con
triste frecuencia, una actitud que les lleva a despreciar a las personas y a no
tener la capacidad para discernir entre la forma y la función. Es muy fácil
caer en una postura de destruir sin edificar, de echar por tierra los esfuerzos
actuales olvidando, como ya antes mencionábamos, que esto es preciso hacerlo
pero sin dejar de hacer lo otro.
Conclusión
y opciones
Como pastor de una iglesia local afirmo que
cualquier líder que no tenga en perspectiva las tres dimensiones está en una
posición vulnerable. Hay que aprender a mantener una tensión saludable –que no
equilibrio- entre las tres dimensiones, el pasado, el presente y el futuro.
Hay que hacer mucha pedagogía para que las personas
más mayores entiendan que los cambios afectan a las formas y no a los principios
bíblicos detrás de las mismas. Explicar la diferencia entre doctrinas –que todo
el cuerpo de Cristo a nivel universal sigue- tradiciones –las cosas propias y
singulares de nuestra iglesia o denominación- y los gustos personales. Cuando
implementamos el cambio es bueno explicar en cuál de los tres niveles nos
estamos moviendo. Hemos de honrar a los que nos precedieron pero sin permitir
que hipotequen nuestro presente ni nuestro futuro.
Hemos de buscar la mayor efectividad posible a las
formas presentes sin olvidar que antes o después tendrán fecha de caducidad y
eso no es, en absoluto, malo, forma parte de la dinámica natural de la vida.
Por tanto, un líder sabio debería de encontrar formas de preparar un futuro
que, sin duda, será diferente y debería identificar a las personas que tienen
la visión y la capacidad de llevarlo a cabo empoderándolas y sin verlas como
competidores y agentes subversivos que alteran el status quo.
De no preparar el futuro perderemos las nuevas
generaciones, no únicamente en sentido que no las ganaremos para el evangelio,
sino también en que iremos perdiendo muchos de nuestros jóvenes que ya no
encuentran en el modelo presente la satisfacción de sus necesidades y la forma
de expresar su espiritualidad.
Crear proyectos pilotos que sean patrocinados y se
desarrollen bajo la cobertura de la iglesia local pero con la libertad de
encontrar sus propias formas de expresión y ser. No réplicas de lo que hoy
hacemos, sino expresiones diferentes para una generación diferente. Asegurarnos
que el ADN esté presente no en las formas, sino en el fondo.
Para concluir, la Biblia afirma que Jesús es el
mismo ayer, hoy y por siempre, justo las tres dimensiones. Pero a Jesús, a lo
largo de la historia lo hemos experimentado de formas diferentes.
Comentarios