LLAMADO,
POTENCIAL, LEGADO, VETERANOS EN EL
MINISTERIO JUVENIL
Hay tres
etapas en el ministerio de un líder juvenil, el llamado, que es el comienzo del
mismo, el potencial, que es la época donde se cristaliza su trabajo y el
legado, que consiste en traspasar el conocimiento y la sabiduría y hacerlas
accesibles a la nueva generación de líderes.
Primera
etapa: llamado.
El capítulo siete del libro de Hechos nos dice que
cuando Esteban fue martirizado los participantes dejaron las ropas al cuidado
de un joven que se llamaba Saulo. Poco tiempo después lo vemos persiguiendo a
la iglesia y, no mucho más tarde convertido y compartiendo su fe en Damasco y
Jerusalén, de donde tienen que sacarlo por temor a que perdiera su vida.
Hay muchas personas en las Escrituras que fueron
llamadas, como Pablo, cuando eran jóvenes. Samuel fue llamado siendo un
adolescente. David debía serlo también cuando se enfrentó con Goliat. Josué era
un joven cuando pasó a ser el ayudante de Moisés. Sin duda, José y María eran
dos adolescentes cuando nació Jesús. El propio Timoteo, como veremos luego, era
muy joven cuando fue involucrado en el ministerio y tuvo responsabilidades con
iglesias. La Biblia apuesta por los jóvenes.
Como mi caso, muchos comenzamos nuestra andadura
ministerial cuando éramos muy jóvenes y en el contexto del ministerio juvenil. Son
muchas y variadas las vías que nos hicieron llegar hasta allí. En algunos casos
se trataba de un deseo y una aspiración a ser líder. No es malo, Pablo en 1
Timoteo 3:1 afirma que, buena cosa es
aspirar a liderazgo, sin embargo, también indica que se tiene más
responsabilidad y con más severidad será juzgado. Creo que es un buen aviso
para evaluar nuestras motivaciones.
En otros casos ha fue la conciencia de una
necesidad. Vimos el problema y consideramos que debíamos ser parte de la
solución y nos lanzamos, en muchas ocasiones, sin recursos, preparación o
apoyo.
También se da el caso de que alguien, generalmente
otro líder, el pastor principal, los papás o quién sea, vio nuestro potencial y
disponibilidad y nos animó, retó o delegó la responsabilidad de hacernos cargo
o involucrarnos en el trabajo juvenil.
Hay ocasiones en que nadie estaba disponible y sin
que sepamos muy bien cómo nos encontramos al frente de los jóvenes y, de
pronto, todos los ojos, los de los jóvenes, los del pastor y los de los papás estaban
puestos en nosotros.
Si reuniéramos un grupo de líderes juveniles y les
preguntáramos cómo fue que acabaron donde están, estoy seguro que tendríamos
las respuestas antes indicadas y otras muchas.
Segunda
etapa: potencial.
Aquel joven que se convirtió en un camino hacia
Damasco llegó a ser, con el paso del tiempo, el más prolífico y activo de todos
los apóstoles. Tanto es así que él mismo afirma que, había trabajado más que todos ellos juntos, lo cual, por otra
parte, era totalmente cierto (1 Corintios 15:10)
Hay una etapa en que tenemos continuidad en el
ministerio juvenil. No ha sido una flor primaveral que florece y se vuelve mustia.
Hemos persistido, nuestros dones se han ido desarrollando, hemos cometido
errores y, en muchos casos, hemos aprendido de ellos.
El tiempo nos ha ayudado a identificar en qué áreas
Dios nos bendice y vemos con claridad que contribuimos al Reino y bendecimos a
los jóvenes. También, si somos sabios, vamos siendo más y más conscientes de
nuestras falencias y aquellas áreas de la vida y el ministerio en que
precisamos de otros.
Como el apóstol Pablo hemos de luchar por nuestro
espacio de ministerio y hemos de seguir su consejo de que, nadie tenga en poco nuestra juventud (1 Timoteo 4:12)
En esta época algunos ven el ministerio juvenil
simplemente como una etapa hacia destinos diferentes, que no más elevados, como
el de pastor principal de la iglesia. Es bien cierto que la pastoral juvenil
parece ser el campo en el que se practica y se perfilan nuestras herramientas y
capacidades ministeriales que luego aplicaremos en el liderazgo de una iglesia
local.
Pero cada vez más es posible ver y encontrar
auténticos dinosaurios –como yo- en el ministerio juvenil. Se trata de personas
que tenemos la convicción de que este tipo de ministerio es el destino y no
simplemente una etapa. Es una vocación de por vida y no, únicamente, un tiempo
de preparación para otras labores de más prestigio, entidad o poder.
Esta es una etapa para desarrollar todo nuestro
potencial, para formarnos, capacitarnos, aprender, experimentar, probar y
reflexionar sobre lo probado. Esta puede ser la etapa más floreciente y de más
productividad en nuestro ministerio directo con los jóvenes.
Etapa tres:
legado.
Déjame que te cuente la experiencia carismática de
un bautista como yo. Sucedió hace aproximadamente diez años cuando estaba
asistiendo en Madrid a una formación de líderes juveniles.
Estando cerca de los cincuenta en aquel momento me
sentí con un enorme sentido de presión, competitividad y envidia hacia un buen
grupo de líderes mucho más jóvenes que yo, más creativos, con más energía y,
sin ninguna duda, con más trayectoria por delante de la que a mi edad yo podía
tener.
Recuerdo haber estado durante las horas previas a mi
intervención con mucha ansiedad y tensión y haberme ido a caminar para
tranquilizarme. En esos momentos escuché la voz interior de Dios diciéndome que
no debía de sentir presión por el futuro porque este ya no me pertenecía, este
pertenecía a la nueva generación y mi responsabilidad era formarla. Me sentí
como Moisés cuando recibió el anuncio de parte del Señor de que no entraría en
la tierra prometida pero que conduciría al pueblo hasta allá. Josué, la nueva
generación, se encargaría de la conquista.
Comprender mi rol y aceptar que la contribución que
el Señor quería de mí era diferente de la que había llevado a cabo hasta
entonces me dio mucha paz y pude ministrar a los líderes jóvenes con más paz,
tranquilidad y gozo. Ahora sabía cuál era mi contribución, dejar un legado.
Al final de la conferencia un hombre inglés, al cual
no había visto hasta entonces, vino y me dijo que tenía un mensaje de parte del
Señor para mí. Yo, como buen bautista, puse cara de póquer sin saber que
esperar y él, el británico, literalmente repitió las mismas palabras que yo
había escuchado el día anterior ¡exactamente lo mismo!
Quise explicar esto porque creo que llega un momento
que nuestra contribución al ministerio juvenil y, por tanto, al Reino cambia.
Ya no es estar al frente y pretender que tenemos la edad que no tenemos y tener
un comportamiento y un modo de actuar que, en ocasiones, resulta patético, sino
más bien contribuir dejando un legado y formando la nueva generación.
Me hace pensar en el apóstol Pablo, el hilo
conductor de este artículo, diciéndole a Timoteo en su segunda carta que, aquello que ha aprendido de él, lo pase a
otros. Pablo encarcelado es un mentor, un formador de un Timoteo que ahora
está al frente.
Pienso que hay un momento para dar un paso atrás y
apoyar a otros para que tomen el primer lugar. Para sistematizar toda la
experiencia acumulada y hacerla accesible en forma de capacitación y mentorado
a una generación que crece y que debe hacer las cosas diferentes a como las
hicimos nosotros pero que, a la vez, ha de beneficiarse de la sabiduría y
experiencia acumulada.
Para mí no es una cuestión de qué me gusta más, en
qué disfruto más, sino cómo y en dónde puede ser más efectivo y estratégico
para el Reino. Es una cuestión de mayordomía, es decir, de usar los dones
recibidos de forma que de mayor gloria a Dios y beneficien más a su pueblo.
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